Alfons de Borja, futuro Calixto III, procedía de una familia de condición social modesta y escasos recursos económicos. Su padre, Domènec de Borja, era probablemente el administrador de las tierras que Roderic Gil de Borja —de Xàtiva, miembro de la misma familia pero más rico— tenía en la Torre de Canals. Allí nació Alfons de Borja, el 31 de diciembre de 1378, y fue bautizado en la Seo. Sus padres, buscando el ascenso social de Alfons, le orientaron a realizar estudios en la carrera eclesiástica. Años más tarde circuló una leyenda que contaba que san Vicent Ferrer, en una de sus visitas a Xàtiva, lo conoció cuando Alfons contaba tan sólo con ocho o diez años, y como le pareció que era especialmente inteligente, aconsejó a su familia que cuidaran sus estudios, vaticinando que sería papa y lo haría a él santo. Los primeros estudios los realizó en nuestra ciudad, terminando su formación doctorándose en Derecho Civil y Canónico en la Universidad de Lleida (1413), en donde ejerció como catedrático. En esta misma ciudad fue canónigo, iniciando en esta diócesis su carrera jurídica al servicio de la curia del papa valenciano Benedicto XIII, el mayor benefactor de la Iglesia setabense (elevó la Iglesia Mayor de Santa María —La Seo— a Colegiata). En 1417 entró al servicio del rey Alfonso V el Magnánimo, que lo nombró consejero y después vicecanciller, encargándole complejas y delicadas gestiones administrativas y diplomáticas, las cuales resolvió con éxito, hecho que le permitió importantes ingresos, beneficios y nombramientos eclesiásticos. Pero la gestión que provocó el ascenso fulgurante de Alfons fue su gestión diplomática, ya que consiguió terminar con el Cisma de Occidente (1429), que durante cincuenta años había dividido gravemente la Iglesia católica. El éxito de Alfons de Borja tuvo un premio inmediato y de primera magnitud: el obispado de València, uno de los lugares con más poder y más rentas de la Corona de Aragón. En 1444, a los sesenta y seis años, después de muchos años de servicios a la Corona de Aragón y a la Iglesia, fue nombrado cardenal. Cuando murió el papa Nicolás V, los conflictos de intereses entre los cardenales franceses e italianos, candidatos a la sucesión, fueron resueltos con la elección de Alfons de Borja: un papa neutral, trabajador, con una gran experiencia en la administración y en la diplomacia, y ya mayor (setenta y siete años). Era el 8 de abril de 1455. Tres fueron los grandes intereses de Alfons de Borja, que adoptó el nombre de Calixto III: la independencia del poder papal, la defensa de la cristiandad frente al peligro de los turcos y el enaltecimiento de su linaje. Sus actuaciones papales en el primero de los aspectos fueron encaminadas a fortalecer el poder papal y a pacificar, mejorando las relaciones entre los estados italianos y los enfrentamientos entre las familias aristocráticas y romanas. Sin duda, fue el segundo de sus intereses al que más energías dedicó. Apenas elegido papa proclamó la cruzada contra los turcos, que después de tomar Constantinopla en 1453, sitiaron la ciudad de Belgrado, amenazando Praga y Viena. El papa, con poca ayuda de los príncipes cristianos, enfermo y con pocos recursos, consiguió lo que parecía imposible: la derrota de los turcos (1456) y su avance a través del valle del Danubio —éxito tan decisivo como el que se produjo un siglo después con la batalla de Lepanto, pero no tan valorado por la historia. El tercero de sus intereses —el enaltecimiento de su familia— es el que inició la mala opinión y las críticas alrededor de la familia Borja. Pero no era ninguna novedad que cada papa procurara rodearse de parientes y amigos afines a su persona, y también que repartiera cargos y dignidades entre sus colaboradores y los miembros de su familia (práctica totalmente normal en aquella época y que duró hasta bien entrado el siglo XIX, pero sólo se recuerda que la practicaran Calixto III y, posteriormente, su sobrino Alejandro VI). Este hecho era comprensible y necesario dado que no pertenecía a ninguna familia poderosa —ni italiana, ni romana— y, además, era extranjero. Así, a su sobrino, Pere Lluís de Borja, lo nombró capitán general de las tropas pontificias, prefecto de Roma y gobernador del Patrimonio de San Pedro. Y a Roderic de Borja, hermano de Pere Lluís, lo nombró protonotario pontificio, cardenal —junto a su primo Joan del Milà— y, finalmente, con tan sólo veintiséis años, vicecanciller (1457), el puesto de más peso y responsabilidad de toda la administración central de la Iglesia, dignidad que, debido a su hábil gestión, ya no abandonaría hasta convertirse en papa. El Vaticano, Roma y los territorios de la Iglesia se llenaron de valencianos, catalanes y mallorquines —conocidos con el nombre común de catalani—, que, además de ocupar cargos eclesiásticos y militares, llenaron la administración vaticana, el gobierno de la ciudad de Roma y los más variados oficios y profesiones. El catalán, o valenciano, se convirtió durante cincuenta años en el idioma de la corte vaticana. Para los romanos supuso una auténtica invasión extranjera que generó odios y resistencia. El 6 de agosto de 1458 moría el papa Calixto III, casi a los ochenta años, habiendo llevado el linaje de los Borja desde unos modestos orígenes a lo más alto de la Iglesia. Recuerdo de Calixto III en nuestra ciudad son el retablo de Santa Ana —patrona de los Borja, que instituyeron la ermita del mismo nombre—, en donde aparece representado siendo cardenal —obra de Pere Reixach— para la capilla que la familia tenía en la Colegiata, a la que también regalaron un cáliz y un lignum crucis.