Roderic de Borja nació en nuestra ciudad en la plaza que hoy lleva su nombre —probablemente en la casa que hace esquina con la calle Ventres— el día 31 de diciembre de 1431, el mismo día que nació, cincuenta y tres años antes, su tío Calixto III (aunque según otros autores nació el 1 de enero de 1432). En 1437 murió Jofré de Borja, padre de Roderic, y su viuda, Isabel, marchó con sus cinco hijos a València, instalándose en el Palacio Episcopal en casa de su hermano, Alfons de Borja. Éste, cuando fue nombrado cardenal en 1444, residiendo ya en Roma, llamó a Roderic y lo envió a la célebre Universidad de Bolonia para realizar estudios jurídicos, que completó con dedicación, doctorándose, al igual que lo había hecho anteriormente su tío en Lérida, en derecho civil y canónico. Pocos días antes de la muerte del papa Calixto, conociéndose que estaba próxima su muerte, se iniciaron disturbios en Roma, producidos por los enemigos de los Borja y de los catalani (el propio palacio de Roderic fue incendiado). Éste, cardenal y obispo de una rica y tranquila diócesis, podría haber vuelto a València. Si esto hubiese ocurrido, los Borja habrían sido un hecho excepcional dentro de la historia valenciana y de la Iglesia, pasando de ser simples caballeros al gobierno de la Iglesia católica, pero no hablaríamos de una de las familias más conocidas y poderosas de la historia. Pero Roderic optó por quedarse en Roma. Su inteligente intervención, decisiva en la elección del siguiente papa, Pío II (había sido elevado al cardenalato por Calixto III), así como su buena relación con los siguientes papas (Pablo II, Sixto IV y Inocencio VIII) le permitieron continuar durante treinta y cinco años al frente del cargo de mayor importancia de la Iglesia: la Cancillería del Vaticano, hecho sin precedentes en la historia de la Iglesia romana en un linaje no italiano. En 1472, el papa Sixto IV lo nombró legado en misión especial a Castilla y a la Corona de Aragón. El cardenal Borja, a los cuarenta años de edad, y cuando hacía más de veinte que había salido de València, volvió con todos los honores a su tierra, viniendo por última vez a Xàtiva, en donde estuvo entre los días 5 y 11 de agosto de 1473. Dicen las crónicas que “dio gracias a la ciudad, mostrando tener mucha voluntad y amor por ella, por ser natural de dicha ciudad”. Durante estos años, Roderic acumuló lentamente beneficios, rentas eclesiásticas y un considerable número de obispados y abadías (como la de Subiaco, cerca de Roma, o la valenciana de la Valldigna). Sus ingresos lo convertían en el cardenal más rico de la Curia Vaticana, hecho que le permitió construirse el primer palacio renacentista de Roma y reunir en él una pequeña corte en compañía de Vannoza Cattanei, relación de la que nacieron sus hijos César, Juan, Lucrecia y Jofré. Fueron tantas sus riquezas que en 1485 compró al rey Fernando II el Católico el ducado de Gandia para su hijo mayor, ducado sobre el que estableció un linaje que mantendría el nombre y el poder de la familia en su país. En 1492, a la muerte de Inocencio VIII, Roderic fue finalmente elegido papa, tomando el nombre de Alejandro VI, elección en la que se hizo valer su amplio poder y experiencia —con más de treinta años al frente de la Cancillería Vaticana—, su habilidad y sus grandes riquezas personales. Ciertamente, no fueron los problemas espirituales, sino los políticos, los que ocuparon más tiempo y energías del papa, pero sin un fuerte poder y autoridad, los papas eran juguetes en manos de los estados y de las familias aristocráticas italianas. Los primeros años del pontificado los dedicó a aclarar las finanzas de la corte vaticana y a asegurar el orden público y la justicia en Roma, siendo implacable en la autoridad papal. Pero el gran sueño de Alejandro VI —que no fue aceptado nunca en Italia por los poderosos, porque además era extranjero— era ordenar el territorio italiano, disgregado en pequeños estados alrededor de la supremacía de Roma, y ésta alrededor del poder papal. Para conseguir este fin, casó a sus hijos con miembros de diferentes reinos y repúblicas italianos, y nombró a su hijo mayor, César, capitán general de la Iglesia. César inició una serie de campañas militares sobre las ciudades del centro de Italia para poder construir un nuevo estado, fuerte y centralizado. Igual que su tío Calixto III, Alejandro VI sabía que en la corte vaticana y en Roma, con tantos enemigos envidiosos, solamente podía confiar en sus parientes, amigos y compatriotas, entre los cuales se sentía cómodo y seguro. Es así como Roma se volvió a llenar de valencianos y setabenses, que buscaban la oportunidad de hacer dinero, obtener cargos y formar parte de su servicio (como los médicos setabenses Gaspar Torrella y Pere Pintor). La abundancia de compatriotas del papa fue tal, que al igual que en el papado de Calixto III, la lengua de la corte vaticana, la de su servicio privado, incluso la que usaba con sus hijos (nacidos en Italia y de madre italiana), tanto oral como escrita, fue el catalán de València. Uno de los hechos de más trascendencia en la Edad Moderna ocurrió durante estos años: el descubrimiento de América (1492), en el que intervino la autoridad de Alejandro VI para delimitar los derechos de las dos potencias en conflicto, Castilla y Portugal, a través de las Bulas Alejandrinas. Bajo su pontificado y mecenazgo, Roma sustituyó a Florencia como centro del Renacimiento, convirtiéndose en cabeza del Humanismo y de la actividad artística y renovación urbana. Alejandro VI fue defensor de los humanistas, de la libertad de pensamiento (siempre que no fuera herético) y protector de las ciencias (creación de la Universidad de València y de la Universidad de Roma) y de las artes. Murió, víctima de la malaria, el 18 de agosto de 1503, cuando los Borja se encontraban en la cima de su poder. Pero si el ascenso había costado muchos años, la caída fue cosa de días, siendo enterrado de manera rápida y casi clandestina, mientras iba extendiéndose y creciendo una leyenda negra alrededor de esta poderosa y envidiada familia. Hoy, los restos de los dos papas Borja se encuentran en un modesto sepulcro en la Iglesia de Montserrat de Roma, y el nombre de esta familia setabense, una de las más universales de la historia, queda unida para siempre al nombre de nuestra ciudad.