Nació en 1743 en la calle que hoy lleva su nombre (entre las calles Botigues y Corretgeria). Era el más pequeño de seis hermanos de una familia muy religiosa. De ellos, dos más también fueron religiosos: Vicente, sacerdote de la Seo, y Carlos, miembro de la Orden del Carmen, prior del Convento de Xàtiva y historiador (Historia del Convento del Carmen de Játiva, obra fundamental para el conocimiento de la historia de Xàtiva durante la Guerra de Sucesión). Sabemos por sus escritos y los de otros testimonios coetáneos que era una persona atractiva, simpática y de trato abierto, y que tenía unas firmes convicciones y decisiones. Ingresó en la Orden de Predicadores en el Convento de Sant Doménec de Xàtiva (1579), y continuó sus estudios en Orihuela. En 1761 fue aceptado como misionero en el Extremo Oriente, embarcando rumbo a Filipinas, y llegó —casi dos años después— a Manila, en un viaje lleno de dificultades, de peligros y de enfermedades, una auténtica “aventura transoceánica”, propia únicamente de personas inquietas y llenas de ideales. En la capital filipina finalizó sus estudios, fue ordenado sacerdote y lo destinaron a las misiones de China. En Macao estudió el idioma mandarín y, poco después, inició su tarea evangelizadora, socorriendo a los pobres y a los enfermos en un país hostil y que perseguía a los cristianos. En 1769 fue hecho prisionero, cruelmente interrogado y, finalmente, desterrado. Volvió a las misiones y se marchó a Tonkín (actualmente Vietnam), país con unas condiciones ambientales durísimas para un europeo y culturalmente muy distante. Realizó su tarea pastoral de noche, escondiéndose, y —como él mismo dice con gracia— huyendo por piernas para no ser capturado. En 1773 fue hecho nuevamente prisionero y lo metieron en una jaula de castigo —en donde necesariamente tenía que estar agachado—, y allí pasó dos meses. Fue decapitado —con la sonrisa en el rostro y dando gracias a Dios por el beneficio que le había otorgado— el 7 de noviembre, día en el que la Iglesia celebra la festividad de San Jacinto Castañeda, canonizado en 1988 por el papa Juan Pablo II. Tenemos escritos suyos en los que habla del deseo de estar en Xàtiva, en su convento y con sus familiares y amigos, pero explica que es más grande su ideal de ayuda y vocación misionera. Esta actitud altruista y de fidelidad del único santo de la Iglesia de Xàtiva, se recuerda en un altar en nuestra Colegiata.